Historia

La Villa de Castronuño comenzó por un castillo en las márgenes del río Duero y junto a la desembocadura del Trabancos, debiendo ser su primer nombre Castro-Benavente, y más antiguamente según unos, Toro el Chico, según otros, La Gran Florida del Duero, por sus amenos y pintorescos valles, denominada así hasta mediados del siglo XII. Algún cronista dice que tomó el nombre de un antiguo alcaide del castillo, llamado D. Castro de Nuño, adulterado después hasta convertirse en el nombre actual, siendo la fecha más verosímil de la fundación como villa, la situada entre los años 866 a 910 de nuestra era, durante el reinado de Alfonso III de León a cuyo reino pertenecería durante las batallas y la Guerra de la Reconquista.

El primitivo emplazamiento en la época romana, cuando los imperativos de la defensa privaban sobre cualquier consideración, radicaba no en la vega, sino en lo alto del cerro, bien comunicado y fácil de defender. Siendo en el medievo plaza fuerte, apiñando su caserío sobre lo alto de la Muela, en torno del castillo, que atestigua el valor estratégico de su emplazamiento.

Existía en el siglo XI, pues Alfonso X El Sabio, dice que, cuando Sancho II de Castilla iba en el año 1.072 a desposeer a su hermana Dña. Urraca de la ciudad de Zamora, durmió una noche en Castronuño.

A mediados del siglo XII, la Villa fue reedificada por D. Nuño Pérez de Lara, alférez mayor de Alfonso VII, tomando entonces el nombre de aquel. Muchos caballeros de Salamanca, ayudaron a Nuño Pérez en su obra, y los prebendados de esta ciudad dieron ornamentos y libros religiosos para el culto divino.

Aquel monarca, concedió fueros a la villa en el año 1.152. En la menor edad de Fernando IV “El Emplazado” (1295-1312), la madre de éste, Dña. María de Molina, dio Castronuño con otras poblaciones al infante D. Juan, tío de rey; Durante el reinado de Pedro I de Castilla (1.358-1.369) el nombre de la villa se lee algunas veces en la crónica de dicho monarca.

Juan I (1.379-1.390) se hallaba en Castronuño el 19 de mayo de 1.382, cuando procedente de Portugal se dirigía a Medina del Campo a apoyar al Papa Clemente VII en el Cisma.

En tiempo de Juan II (1.406-1454), hijo de Enrique III y de Catalina de Lancaster, en el año de 1.439, y a finales de octubre, este rey, los enemigos del condestable, y D. Álvaro de Luna, (sobrino del Arzobispo de Toledo) hicieron alianza en el pueblo “Juntarme pues en Castronuño compromisario de una y otra parte, y después de muchas pláticas, altercados y consultas, suscribió el buen rey de Castilla un tratado de concordia, tan humillante para la autoridad real, como ventajoso para los confederados, cuyas principales condiciones eran: Que el condestable D. Álvaro de Luna, saliese desterrado de la corte por seis meses, sin que pudiese en este tiempo escribir al rey, ni cartas, ni tratar cosa alguna en daño de los principales y caballeros de la liga. Que al rey de Navarra y al infante D. Enrique, su hermano, le serían restituidas todas las villas y heredamientos que tenían en Castilla, u otras equivalencias; Que se desarmase toda la gente de armas que estaba ayuntada por una parte y por otra, y que las villas y ciudades ocupadas por los conjurados se franqueasen al rey; Que se diesen por nulos todos los procesos que se habían hecho contra el infante o contra cualquiera de los aliados. En consecuencia, de este convenio, el condestable D. Álvaro de Luna, salió de Castronuño para Sepúlveda, villa de que hizo merced el rey en cambio de Cuellar, que quedó para el rey de Navarra”. Después sería sentenciado como “culpable de haber hechizado al rey” condenándole a muerte, siendo degollado en Valladolid el 3 de junio de 1.453.

Bajo el reinado de Enrique IV, el audaz alcaide de Castronuño Pedro de Avendaño, a quien pone Guevara entre los famosos tiranos, oprimía a toda la comarca. Afirma Pulgar, que las ciudades de Burgos, Salamanca, Ávila, Valladolid, Medina, y otras se vieron obligadas a pagar tributo, pues era el único camino que tenía para liberar a sus territorios de la rapacidad de aquel bandido. Durante el reinado de Enrique IV (1.454-1474), y los tres siguientes hasta 1.477, es cuando tiene lugar el periodo “cumbre” de la historia de Castronuño. Hijo del rey D. Juan II y de Dña. Catalina de Lancaster, Enrique IV, nació en Valladolid en 1.425 y murió en Madrid el 11 de diciembre de 1.474. A su advenimiento al trono, D. Enrique encontró el país desmoralizado.

A comienzos de 1.462, el nacimiento de una hija compensó de momento los sinsabores del rey, aun cuando más tarde viniera a aumentarlos. La infanta fue bautizada con el nombre de Juana, y pocos meses después fue jurada en las cortes de Madrid como princesa de Asturias y heredera de la corona. Pero todas las clases sociales abrigaron la convicción de que aquel fruto no era de legítima procedencia y sí de los adúlteros amores le la reina (Dña. Juana, princesa de Portugal) con el apuesto D. Beltrán de la Cueva. Por este motivo la infanta, fue conocida con el sobrenombre de “La Beltraneja” por parte de sus adversarios, mientras que sus partidarios se referían a ella como “La Excelente Señora”. Continuaban entre tanto las diferencias con Aragón; catalanes y castellanos estaban a punto de declararse en plena rebelión. Así las cosas, surgen dos bandos, por un lado, los partidarios del rey Enrique IV, y por otro los del infante D. Alfonso.

La guerra estalló. Al poco tiempo tuvo lugar el inesperado fallecimiento del infante D. Alfonso. Muerto este, los rebeldes volvieron la vista a Dña. Isabel. D. Enrique, deseoso de paz y tranquilidad, transige y se reúne con su hermana Dña. Isabel, para preparar las condiciones de la sucesión al trono. De estas reuniones, surge el Pacto de los Toros de Guisando, cuya conclusión fundamental, es que a la muerte de Enrique IV, su sucesora en el trono será ella, descartando a Dª Juana La Beltraneja. Este pacto, es celebrado a consecuencia de la conferencia de Castronuño, (agosto de 1.468). En este pacto Dña. Isabel había jurado no casarse sin el consentimiento de su hermano, y aun así contrajo matrimonio con el infante Fernando de Aragón. Este enlace, desagradó al rey. En su cólera, resolvió anular el acto por el cual había excluido del trono a La Beltraneja, aduciendo que Dña. Isabel había violado el pacto de Los Toros de Guisando, que no la reconocía como hermana, y que solo la infanta Dña. Juana era su legítima heredera. Los disturbios de Castilla eran mayores que nunca, y fueron creciendo hasta finales del reino.

Algunos fieles, aprovechando las circunstancias, llevaron a cabo una reconciliación entre Isabel y su hermano. Este que era de un natural bondadoso, no puso ningún inconveniente. Fue la infanta a Segovia (diciembre 1474) y el rey la recibió con fraternal cariño, al igual que a D. Fernando, su esposo. La paz fue, sin embargo, de corta duración, por cuando habiendo asistido el rey a un banquete para celebrar su armonía con los reyes de Sicilia (Isabel y Fernando), se sintió indispuesto y casi le convencieron que había sido objeto de una tentativa de envenenamiento. Repuesto un tanto, el rey regresó a Madrid, donde murió la noche del 11 al 12 de diciembre de 1474. Con la muerte de Enrique IV, Castilla se disgrega aún más. Por un lado, los partidarios de que suba al trono la infanta Dña. Isabel, cuyos derechos tenían sus fundamentos en el pacto de Los Toros de Guisando. Por otro, los partidarios de la infancia Dña. Juana, los cuales defendían que era la sucesora legal al trono, al ser revocado y anulado por D. Enrique el Pacto de los Toros de Guisando y declarando a la hora de su muerte “A Dña. Juana por su verdadera heredera y sucesora a sus reinos”.

En este momento, Dña. Isabel contaba con el apoyo de la mayor parte de las ciudades de Castilla, sus enemigas eran Madrid, así como también Zamora, Toro y Castronuño, que fueron el foco principal de aquella guerra. Conocedora Isabel de la situación, dispone lo necesario para tomar estas ciudades, comenzando por Madrid. Entonces los grandes, sus contrarios, apremiaron al rey de Portugal para que viniese a Castilla, el cual así lo hizo, siendo lo primero que hizo al llegar, contraer matrimonio con su sobrina Dña. Juana, en Plasencia. Posteriormente se dirigió hacia Castilla con sus tropas, quedando así declarada la guerra de sucesión por el trono entre Juana la Beltraneja, Alfonso V de Portugal y los Reyes Católicos. Tras numerosas batallas, tres ciudades importantes les quedan a Isabel y Fernando por conquistar: Zamora, Toro y Castronuño. El día 1 de noviembre de 1476, estando Dña. Isabel en Toro , ordenó a D. Fernando, a D. Fabrique Manrique y a D. Luis, hijo del conde de Buendía, poner sitio a Castronuño, y considerando que no iban a ser suficientes sus gentes, mandó que todas las fuerzas que habían sitiado las fortalezas rendidas, fueran a Castronuño, con el Duque de Villahermosa.

Las tropas de los Reyes Católicos se hicieron con Cubillas (antigua población, hoy en día finca perteneciente al término de Castronuño), Siete Iglesias y Cantalapiedra; pero Castronuño se preparó para combatirá las tropas isabelinas bajo el mando del Alcaide Pedro de Avendaño, quien con la ayuda de su poderoso ejército resistió con bravura a los sitiadores, un día y otro día, hasta un total de 11 meses, teniendo D. Fernando que acudir en auxilio de los suyos. Aunque la villa fue tomada, los valerosos defensores de la fortaleza, se resolvieron a vender caras sus vidas. Entonces D. Fernando entró en tratos con Avendaño, quien marchó a Portugal con la gente y bienes que tenía en el castillo, dándosele por la artillería y bastimentos que quedaron en el castillo 7.000 florines de oro de Aragón. Escarmentados los naturales de la villa, de los males de la guerra, derribaron el castillo y las murallas de la fortaleza, para evitar en lo sucesivo la repetición de aquellos hechos.

Pascual Madoz publicada en 1849 la siguiente descripción de Castronuño: “constaba de 416 casas; la Consistorial en cuya planta baja se hallaba la cárcel, dos escuelas de instrucción primaria para niños, dotada la una con 1.800 reales del fondo de propios y concurrida por 50 alumnos, y la otra sin más dotación que la convenida con los padres de los 70 discípulos que asisten; Hay también una enseñanza de niñas, en la que además de las tareas domésticas, se enseña a leer y cuya maestra recibe de los fondos públicos 200 reales”. Castronuño constaba también de una Iglesia parroquial, Santa María del Castillo (s. XII), que estaba ubicada en el lugar que en la actualidad ocupan las escuelas, y una ermita, el Santísimo Cristo de San Juan de los Caballeros (s.XIII). Ambos templos pertenecían a la orden de los Caballeros de San Juan , orden militar y religiosa encargada del cuidado de los peregrinos del camino en su peregrinar a Santiago. La Ermita del Santísimo Cristo de San Juan de los Caballeros es conocida actualmente como Iglesia de Santa María del Castillo, heredando el nombre de la otra Iglesia, desaparecida en el primer cuarto del siglo XX. Fue mandada construir por el Prior Hernán (Fernán) Rodríguez de Valbuena a modo de capilla funeraria y lugar de reunión de la Orden de Sanjuanista.

Sigue Madoz diciendo que “el cementerio se halla fuera de la villa, en lugar donde no ofende a la salud pública. Inmediatos a las casas, hay varios manantiales, de buenas aguas, especialmente el del Caño, que surte de agua a la mayor parte del pueblo y que se halla en un punto delicioso, que forma un valle con arbolado de chopos y olmos, y fértiles huertas con frutales. Dentro de él, se encuentran dos dehesas, que son denominadas como Dehesa de Carmona, y Dehesa de La Rinconada, bien poblada ésta de encinas”.

Hasta la segunda mitad del siglo XIX, el ayuntamiento poseía un patrimonio rústico de más de 2.000 Has., constituido principalmente por las fincas conocidas por monte Cuesta, La Rinconada, Las Cáñamas y la Dehesa de Carmona. En 1.845, el patrimonio rústico de más de 2000 fanegas de bienes propios y otra superficie parecida de bienes comunales. Este patrimonio, constituía la mayor fuente de ingresos del erario público, y para muchos vecinos su medio de vida, por lo que la población de aquel entonces sobrepasaba los 3.000 habitantes. Por necesidades del estado, Castronuño tuvo que ceder el monte Cuesta y la Rinconada por un precio de 800.000 reales que no recibió en metálico sino por un título acreditativo o “Lamina intransferible de la inscripción nominativa de la deuda perpetua inferior al 3% hoy al 4% produciendo en la actualidad una renta líquida anual de 4.350 Pts. Este hecho, supuso el empobrecimiento progresivo, pero lento de muchas familias, que se quedaron de la noche a la mañana, sin su medio ancestral de vida, por lo que se buscó la forma de dotar de tierras a los afectados, del patrimonio que le quedaba al ayuntamiento. En 1.861, se realizó la entrega de tierras del pago de las cáñamas a los solicitantes.

 A caballo entre las décadas de los años 30 y 40 del s.XX a Castronuño le fue expropiando el mejor y más fértil terreno de su vega, para la construcción y puesta en funcionamiento de los canales de San José y de Toro y la central Hidroeléctrica.